jueves, 1 de noviembre de 2012

Lejos de la ciudad.


La casa se le había hecho grande. Joaquín trató de permanecer en ella, pero la vida sin Claudia ya no era igual y la casa se había vuelto muy grande para un hombre de 31 años que pasaba la mayor parte tiempo fuera de ella. Ya habían pasado 6 meses desde la desaparición física de su esposa. Había que cambiar de aires.

Cada cuadro, cada manta y cada esquina le recordaban a su difunta esposa. Claudia había muerto una calurosa tarde en un accidente de tránsito cuando se dirigía a encontrarse con su esposo en un fastuoso restaurante de la capital.

—¿Segura que no quieres que te vaya a buscar?
—Descuida, tengo coche propio, sé conducir y tengo que hacer una parada antes de llegar al lugar. Te veo luego.

Aquel día cumplían cinco años de casados y esas fueron las últimas palabras que le escucho decir a su amada. Desde entonces se sentía culpable. Él debió insistir en ir a buscarla y sin embargo desistió rápidamente de la idea.

Joaquín estaba destrozado, Claudia era la luz de sus ojos e inclusive tenían planes de concebir a su primer hijo. Joaquín sentía que sin ella su vida carecía de sentido hasta que por fin accedió a la propuesta que le hicieron sus padres de pasar una temporada con ellos. Quería alejarse de cada rastro de que le recordara que el amor de su vida se había ido para ya más nunca volver.

Había puesto la casa en venta, sus padres lo esperaban en casa. Todo marchaba bien hasta que un día recogiendo las cosas para abandonar aquel lugar encontró una nota: “Te amaré por siempre”, decía y estaba escrita de puño y letra por su difunta esposa. No pudo evitar que una lágrima recorriera su mejilla y se dio cuenta de lo que estaba intentando hacer: estaba intentando deshacerse del mejor recuerdo de su vida. Rápidamente tomó el teléfono, llamó a sus padres y les avisó que no llegaría por ahora; los padres de Joaquín lo notaron extrañamente emocionado.

Aquel día decidió quitar el aviso de la venta de la casa. Quería conservarla porque, si bien le hacía  consciente de su nueva soledad, también era capaz de hacerle recordar aquellos instantes que eran los mejores momentos de su vida, que aunque aquellos momentos le causaran dolor al menos esos momentos eran reales.

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